El avance quedó registrado en tomas inéditas de alta resolución, que permitieron observar descargas eléctricas y ráfagas sostenidas en el núcleo de la tormenta
El Atlántico norte vuelve a ser escenario de un fenómeno meteorológico extremo que llamó la atención de especialistas
Miami, Florida.- El huracán Erin, quinto fenómeno con nombre en la temporada de 2025 y primero en alcanzar categoría de huracán, demostró la capacidad que tiene el océano de producir tormentas de enorme intensidad en muy poco tiempo.
La rapidez de su formación y su tamaño inusual lo convirtieron en un caso de estudio para la ciencia y en una advertencia sobre los riesgos crecientes en tiempos de cambio climático.
Erin se originó como tormenta tropical el 11 de agosto y en apenas cuatro días ya había alcanzado la categoría de huracán. El 15 de agosto, cuando se acercaba a las Antillas Menores, superó el umbral de vientos sostenidos de 119 km/h y fue oficialmente catalogado como huracán. Solo un día después escaló hasta categoría 5, el nivel más alto en la escala de Saffir-Simpson. En ese punto registró vientos máximos sostenidos de 260 km/h, una velocidad que lo ubicó entre las tormentas más intensas del Atlántico en los últimos años.
Las imágenes satelitales aportaron una dimensión impactante al fenómeno. El satélite GOES-19 de la NOAA, uno de los instrumentos más avanzados para observar la atmósfera en tiempo real, capturó la evolución del sistema desde que era apenas un cúmulo nuboso hasta que desarrolló un ojo perfectamente definido.
Las tomas de alta resolución mostraron cómo Erin se organizó con rapidez, adquirió simetría y generó destellos de relámpagos alrededor de su centro, un espectáculo visual que reflejaba la violencia interna del huracán.
El GOES-19, operado por la NOAA, transmitió imágenes en tiempo real de la tormenta, lo que permitió observar su estructura interna y los relámpagos que brillaban en torno a su ojo. Esta información no solo tuvo valor visual, también resultó esencial para los pronósticos.
Los satélites geoestacionarios como el GOES-19 se encuentran a más de 35 mil kilómetros de la Tierra y permanecen fijos sobre un mismo punto del planeta. Esa posición les da la capacidad de registrar constantemente los cambios atmosféricos. En el caso de Erin, las imágenes revelaron cómo el huracán crecía en simetría y mostraba características de un sistema bien organizado.
Además, los cazadores de huracanes de la Fuerza Aérea estadounidense se internaron en el sistema para medir directamente la velocidad de los vientos y la presión central. Estos vuelos, arriesgados pero fundamentales, permiten validar las estimaciones de los satélites y aportar datos que luego se integran en los modelos informáticos.
El resultado fue una cobertura casi inmediata de la evolución del huracán, lo que mejoró la capacidad de alerta para las comunidades en riesgo. La precisión de los pronósticos es clave en un escenario donde minutos de anticipación pueden marcar la diferencia entre la seguridad y el desastre.
La magnitud del sistema no se limitó a su fuerza. El lunes 18 de agosto, el ojo de Erin alcanzó un diámetro de 56 kilómetros. Los vientos con fuerza de tormenta tropical se extendían hasta 370 kilómetros desde el centro, casi el doble de lo que suele registrarse en huracanes de gran escala. Esa amplitud significaba que, incluso sin impactar de lleno sobre tierra, el sistema podía generar olas gigantescas y corrientes peligrosas en zonas costeras lejanas.
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