Bajo la selva de la península de Yucatán, una red de ríos subterráneos y cuevas sagradas enfrenta su mayor amenaza: el desarrollo descontrolado, la contaminación y los pilares de un megaproyecto que ya dejó huella

El machete de José «Pepe» Urbina abre paso entre la espesura de la selva yucateca, donde el aire húmedo y el canto de los pájaros ocultan un mundo invisible bajo sus pies. A 24 kilómetros de la costa caribeña, el equipo de espeleólogos que lidera —entre ellos el biólogo Roberto Rojo— detiene su marcha.
Frente a ellos, una grieta oscura en la tierra revela la entrada a la cueva de Zumpango, un laberinto inundado donde el tiempo parece detenerse. Al descender, el frío repentino y las estalactitas brillantes los reciben como guardianes de un secreto: sobre una repisa de piedra, una vasija maya de siglos de antigüedad yace intacta, testimonio silencioso de una civilización que consideraba estos lugares portales al inframundo.
Este hallazgo, lejos de ser excepcional, es una constante en la península de Yucatán, donde más de 8,000 cenotes registrados —y posiblemente miles más sin descubrir— conforman una red hidrológica única en el planeta.
Estos sumideros naturales, formados por el colapso de cámaras de piedra caliza, no solo son maravillas geológicas y reservorios de agua dulce para 7 millones de personas, sino también archivos arqueológicos que albergan desde cerámica prehispánica hasta restos humanos de 13,000 años de antigüedad, como el esqueleto de «Naia», la adolescente cuyos genes vinculan a los primeros pobladores de América con los nativos modernos.
Sin embargo, hoy enfrentan una crisis sin precedentes: contaminación masiva, desarrollo turístico desmedido y el impacto del tren federal, el proyecto estrella del gobierno que, con 15,000 pilares de concreto clavados en el subsuelo, ha fracturado el frágil equilibrio de estos ecosistemas.
El acuífero en riesgo: cuando el «agua de la vida» se convierte en veneno
Bajo la superficie de Quintana Roo, Chiapas y Yucatán, un acuífero de 165,000 km² —equivalente a tres veces el tamaño de Costa Rica— alimenta cenotes, ríos subterráneos y pozos que abastecen a ciudades enteras. Pero este «corazón de agua», como lo llaman los mayas, está enfermo.
Según investigadoras como Flor Arcega-Cabrera, geoquímica de la UNAM, la agricultura industrial es la principal fuente de contaminación: fertilizantes con metales pesados, pesticidas y desechos animales se filtran por la piedra caliza porosa, envenenando el agua. Uno de los compuestos más peligrosos es el nitrato, presente en abonos, que puede provocar el «síndrome del bebé azul» en recién nacidos, una condición letal que impide el transporte de oxígeno en la sangre.
El problema se agrava con las aguas residuales sin tratar. En zonas turísticas como Playa del Carmen o Tulum, donde la infraestructura de saneamiento es insuficiente, los desechos humanos se vierten directamente al suelo. Roberto Rojo, cofundador de la organización Cenotes Urbanos, lo ha visto en primera persona: «Una vez, mientras exploraba una cueva, escuché el sonido de un inodoro descargándose sobre mi cabeza.
Minutos después, la materia fecal caía como lluvia». Este fenómeno no es aislado: cerca de asentamientos y parques industriales, los cenotes se han convertido en vertederos ilegales, mientras que en áreas rurales, los residentes dependen de pozos contaminados para beber, cocinar y bañar a sus hijos.
El tren : progreso a costa de la biodiversidad
Inaugurado a finales de 2024 tras una inversión de 30 mil millones de dólares, el tren recorre mil 550 km conectando destinos como Cancún, Mérida y Tulum. Sus promotores, incluido el expresidente Manuel López, lo presentaron como un motor de desarrollo. Sin embargo, su construcción dejó un rastro de destrucción:
- 7 millones de árboles talados, según la SEMARNAT (Secretaría de Medio Ambiente).
- 125 cuevas y cenotes perforados para instalar pilares de soporte.
- Daños irreparables al Sistema Ox Bel Há, la segunda cueva submarina más larga del mundo (496 km), donde los pilares de concreto ahora filtran óxido de hierro al agua, promoviendo la proliferación de algas tóxicas que asfixian a especies endémicas como la anguila ciega yucateca o la brótula transparente.
«El tren no solo fragmentó el hábitat de jaguares, tapires y murciélagos, sino que también bloqueó corredores biológicos críticos», explica Alejandra Flores, espeleóloga de Cenotes Urbanos. En cuevas como Oppenheimer, cerca de Playa del Carmen, los investigadores han documentado cómo las aguas turquesas y las estalactitas milenarias ahora conviven con lodo, basura y estructuras de concreto corroídas. «Es como ver un hospital convertirse en un basurero», compara Rojo.
Ante la emergencia, un movimiento ciudadano ha surgido para documentar los daños y presionar al gobierno. Organizaciones como Sélvame del Tren (fundada por Urbina) y Cenotes Urbanos (con casi 500 miembros) realizan:
- Expediciones mensuales para mapear cuevas y recolectar muestras de agua.
- Limpiezas comunitarias en cenotes turísticos, donde retiran toneladas de plástico y desechos.
- Talleres educativos para enseñar a locales y visitantes el valor ecológico de estos ecosistemas.
- Demandas legales: en 2023, Urbina logró una suspensión temporal de la construcción del tren, aunque el gobierno la revocó alegando «seguridad nacional» y terminó la obra con apoyo militar.
Sus esfuerzos han dado frutos parciales. En abril de 2025, tras llevar a funcionarios de la SEMARNAT y la CONANP a la cueva Oppenheimer, las autoridades reconocieron públicamente los daños y anunciaron un plan de rescate que incluye:
- Retirar vallas que bloquean el paso de fauna.
- Prohibir carreteras secundarias hacia zonas turísticas sensibles.
- Monitorear la calidad del agua en 8 cuevas prioritarias, donde ya se detectaron niveles altos de E. coli y metales pesados.
«Confío en que hay soluciones, pero el daño ecológico podría tomar generaciones en repararse», advierte Rojo. Mientras tanto, el reloj corre: el turismo masivo sigue amenazando cenotes como El Secreto del Vecino o Garra de Jaguar, donde las raíces de los árboles —que dependen del acuífero— ya muestran signos de estrés.
¿Qué se pierde si los cenotes desaparecen?
Más que pozos de agua, los cenotes son:
- Fuentes de vida: Proveen el 100% del agua potable de la región.
- Cápsulas del tiempo: Guardan artefactos mayas, restos fósiles y pistas sobre la migración humana a América.
- Santuaros de biodiversidad: Albergan especies únicas como peces ciegos, camarones translúcidos y murciélagos endémicos.
- Símbolos culturales: Para los mayas, son lugares sagrados donde aún se realizan ceremonias.
«Cuando una cueva se contamina, los grillos y peces ciegos desaparecen, reemplazados por cucarachas y ratas», describe Rojo. «Es un colapso ecológico en cámara lenta».
El futuro: ¿es posible reconciliar desarrollo y conservación
Mientras el Tren Maya transporta a miles de turistas diarios, activistas como Guillermo D. Christy —consultor en calidad del agua— trabajan con hoteles para implementar sistemas de tratamiento de aguas residuales. Otros, como Ana Paula Marn Flores, joven naturalista e hija de Alejandra Flores, analizan camarones ciegos en laboratorios para entender cómo la contaminación afecta a estas especies.
«La solución no es detener el progreso, sino hacer las cosas bien», señala Urbina. «Si los funcionarios ven la belleza de estas cuevas, entenderán por qué deben protegerlas». Un ejemplo reciente da esperanza: tras llevar al secretario de Ecología de Quintana Roo a bucear en Sac Actún (el sistema de cuevas inundadas más grande del mundo), las autoridades suspendieron temporalmente la construcción de una carretera que amenazaba el sitio.
Pero el desafío es monumental. Con solo el 10% de las cuevas mapeadas y nuevas amenazas en el horizonte —como proyectos inmobiliarios en Tulum—, la pregunta sigue en el aire: ¿Logrará México salvar sus cenotes antes de que sea demasiado tarde?
Este reportaje se basa en investigaciones de campo, entrevistas con espeleólogos y datos de la SEMARNAT, la UNAM y organizaciones conservacionistas.
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