La inflación, el alza en el azúcar y los costos energéticos encarecen la tradición más dulce del Día de Muertos, obligando a ajustes en producción y precios

El pan de muerto, símbolo gastronómico de las celebraciones del Día de Muertos en México, registra en 2025 un aumento promedio de entre 10% y 25% en su precio, según datos de la Cámara Nacional de la Industria Panificadora (CANAINPA). El alza, impulsada por la inflación alimentaria, el encarecimiento de insumos clave como el azúcar y la harina, y el incremento en los costos energéticos, amenaza tanto la rentabilidad de las panaderías como el bolsillo de los consumidores en una de las temporadas de mayor demanda del año.
Azúcar, harina y energía: la tormenta perfecta para los panaderos
El principal detonante del aumento es el precio del azúcar, cuyo bulto de 50 kilos alcanza ya los 1,000 pesos —un incremento significativo frente a 2024—. A esto se suma la harina de trigo, que oscila entre 17 y 20 pesos por kilo, y las grasas (mantequilla y margarina), con un alza de hasta 25% en el último año, de acuerdo con la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco). Los costos energéticos agravan la situación: el gas LP y la electricidad han registrado ajustes que, para una panadería pequeña, representan un 8% adicional en su estructura de gastos.
«El horno no perdona: si no subes el precio, trabajas por gusto», advierte Juan Martínez, maestro panadero en la colonia Letran Valle, quien explica que muchos talleres artesanales han tenido que reducir el gramaje de las piezas o sustituir ingredientes —como reemplazar mantequilla por margarina— para mantener precios accesibles sin sacrificar del todo sus márgenes.
De 11 a 150 pesos: la brecha que divide al mercado
El impacto en los precios varía según el tipo de panadería y la región. Mientras en 2024 una pieza tradicional costaba entre 11 y 25 pesos, este año los rangos son los siguientes:
- Supermercados y cadenas mayoristas: desde 9.50 pesos (presentaciones pequeñas) hasta 20 pesos por unidad estándar. Una charola de nueve piezas ronda los 170 pesos (unos 18 pesos por pan).
- Panaderías artesanales: entre 35 y 45 pesos por la versión clásica (con mantequilla y esencias naturales).
- Versiones gourmet o rellenas: superan los 150 pesos por pieza.
Esta dispersión refleja dos realidades: un México industrial, que produce en volumen y compite con promociones, y otro artesanal, que preserva recetas tradicionales a costa de mayores inversiones. En zonas del sureste, donde el clima obliga a refrigerar insumos y aumentar el consumo eléctrico, los costos —y por tanto los precios— son aún más altos.
Inflación que no da tregua: el pan como termómetro económico
Aunque la inflación general en México se ubica en 3.7%, la alimentaria sigue por encima de ese nivel. El pan de muerto, que concentra insumos sensibles como harina, azúcar, huevo, leche y energía, sufre un aumento acumulado en su producción de entre 12% y 25%, según CANAINPA. Los fletes, empaques y costos logísticos también presionan a la alza, especialmente en regiones alejadas de los centros de distribución.
Ante este escenario, las panaderías pequeñas han implementado estrategias para sobrevivir:
- Reducción de tamaños o eliminación de rellenos.
- Venta de versiones «mini» o combos para mantener precios atractivos.
- Sustitución de ingredientes, aunque esto pueda afectar la calidad percibida por el cliente.
El consumidor: entre la tradición y el ajuste
Pese al incremento, el pan de muerto sigue siendo un gasto emocional. Según estimaciones del sector, la demanda en temporada crecerá entre 20% y 30% respecto a meses regulares, impulsada por la nostalgia, el ritual y el sabor. Los consumidores optan por comprar piezas más pequeñas, compartir costos o priorizar marcas accesibles, pero no renunciar al producto.
«Es parte de la ofrenda; aunque cueste más, la gente lo compra. Lo que sí notamos es que ahora eligen menos cantidad o buscan promociones», comenta María López, vendedora en una panadería del centro de Puebla.
Un futuro incierto: ¿tradición o supervivencia?
El pan de muerto se ha convertido en un espejo de la economía mexicana: un sector que resiste la inflación con ingenio, pero que enfrenta el desafío de equilibrar rentabilidad y autenticidad. Para los expertos, los próximos años serán clave: si los costos siguen al alza, las panaderías deberán decidir entre mantener la receta original (y arriesgarse a perder clientes) o adaptarse (y riesgo diluir su esencia).
En un país donde este pan es más que alimento —es memoria, es ofrenda—, cada pieza que sale del horno también mide el poder adquisitivo de quienes lo consumen. La pregunta es: ¿Hasta cuándo podrán los mexicanos pagar por su tradición?
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