El país gastó más de 1.600 millones de dólares en 2024 en compras de gas natural a EE.UU., mientras expertos urgen diversificar su matriz con renovables y biocombustibles para reducir vulnerabilidad y emisiones.

México generó casi la mitad de su electricidad con gas natural importado en 2024, una dependencia que expone su vulnerabilidad energética y frena su transición hacia fuentes limpias. Según un informe del think tank Ember, la demanda de este combustible para producción eléctrica se quintuplicó desde 2020, mientras las compras a Estados Unidos se dispararon 22 veces, consolidando al país como uno de los mayores importadores de la región.
El estudio advierte que, de no actuar, esta dependencia persistirá, pero también revela una oportunidad: si México logra que el 45% de su electricidad provenga de renovables para 2030 —frente al 22% registrado el año pasado—, podría ahorrar hasta 1.600 millones de dólares anuales en importaciones. La meta, sin embargo, exige innovación, políticas públicas y una estrategia que integre el gas natural como «puente» hacia energías más limpias, sin eliminarlo de inmediato.
Gas natural: ¿solución temporal o riesgo ambiental?
Expertos como Guillermo Gómez, director técnico de la Asociación Mexicana de Gas Natural Vehicular (AMGNV), defienden el uso del gas natural como combustible de transición. «Es menos contaminante que el carbón o los derivados del petróleo: emite 50% menos CO₂ que el carbón y hasta 35% menos que la gasolina en vehículos», explica. Además, su adopción en ciudades como la Ciudad de México podría mejorar la calidad del aire al reducir partículas suspendidas, vinculadas a enfermedades respiratorias.
No obstante, el debate persiste. Rubén Ponce, consultor en sostenibilidad de Valora, señala que México enfrenta un dilema dual: «Por un lado, hay presión social y ambiental para avanzar hacia renovables; por otro, la realidad económica impide detener el crecimiento sin afectar la calidad de vida». El país, aunque ya tiene paridad de red (las renovables son más baratas que los combustibles fósiles), aún debe resolver cuellos de botella como la demanda insatisfecha y la falta de infraestructura para autogeneración y almacenamiento.
Biogás y renovables: claves para reducir emisiones
Mientras el gas natural sigue dominando, México explora alternativas como el biogás, obtenido de residuos orgánicos (agropecuarios, urbanos o excretas animales). «Químicamente es similar al gas natural, pero su uso permite ‘enverdecer’ procesos térmicos», destaca Gómez. Según datos de la Comisión para la Cooperación Ambiental de Norteamérica, el sector agropecuario genera 60% de las emisiones de metano en México —principal componente del gas natural—, seguido por residuos sólidos (30%). El biogás podría mitigar parte de este impacto.
La presidenta Claudia Sheinbaum, con formación en ciencias ambientales, ha prometido duplicar la generación renovable en su mandato, aunque el camino es cuesta arriba. En 2024, México quedó por debajo del promedio latinoamericano (62%) y global (32%) en uso de energías limpias, según Ember. Además, el país se comprometió en el Acuerdo de París a reducir sus emisiones en 45% para 2030, una meta que, según Ponce, «hoy parece inalcanzable sin cambios estructurales».
El desafío: equilibrar crecimiento y sostenibilidad
La transición energética en México refleja una tensión global: los países emergentes, como los de Latinoamérica, buscan crecer económicamente sin repetir los errores ambientales de las naciones desarrolladas. «Eliminar por completo la huella ambiental es una utopía, pero podemos reducir, mitigar y compensar«, afirma Gómez.
Mientras el gobierno y el sector privado analizan cómo escalar proyectos de autogeneración y almacenamiento —actualmente accesibles solo para grandes empresas—, el gas natural y el biogás emergen como opciones intermedias. La pregunta sigue en el aire: ¿logrará México diversificar su matriz a tiempo para cumplir sus compromisos climáticos, o su dependencia de los combustibles fósiles lo mantendrá atrapado en el pasado?
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