Editorial: Moloch ecologista
El buen hombre, es el amigo de todos los seres vivos
Mahatma Ganhi
Por: Amelia Navarrete
En tanto que la ciudad hierve a 40 grados centígrados, la plancha de concreto de la mancha urbana sofoca y eleva la temperatura hasta los casi 47 grados de sensación térmica, la deforestación y la falta de planeación urbana está cocinando nuestro paraíso.
Afuera, en la zona suburbana y en los poblados del interior es un poco menor, pero no tan distante a la intensidad del calor que se percibe el medio día yucateco. Nuestro entorno nos indica a cada momento que, el calentamiento de nuestro planeta está mostrando ya transformaciones que debemos atenderlos cuanto antes.
Científicos y organizaciones internacionales que trabajan en favor del medio ambiente nos llaman la atención de manera insistente. En tanto, aquí, el Congreso del Estado aprobó una ley para reducir la carga de plásticos, desechables de unicel y popotes principalmente, la pregunta es, ¿estamos a tiempo? o es que el plazo fatídico será reversible.
Nos han instido por todos los medios posibles a cuidar nuestro entorno, nuestro medio ambiente, nuestra seguridad de continuar como especie humana, “pero siempre hay sordos en el camino”, diría mi abuelita Isabel.
Las primeras lluvias bañan por fin nuestra ciudad, esta semana, la naturaleza nos premia con fuertes aguaceros, con copiosa capacidad de regar, revivir y dotar de frescura nuestra ciudad, pero no todo es tan simple, las calles llenas de agua arrastran toneladas de basura que la gente se encarga de tirar y dejar en cualquier sitio posible.
Las alcantarillas se tapan de basura y los desechos se acumulan evitando que la lluvia vaya rápidamente al subsuelo para tratar de senaer nuestro manto freático, que ya de por si contaminado, recibe un respiro.
La gente no entiende y es preciso tomar medidas coercitivas, sanciones más firmes, acciones más comprometidas, pero desde luego autoridades mucho más enérgicas para que la ciudadanía responda y de paso de inmediato, se puedan respetar los sitios comunes, nuestros espacios públicos, calles, parques y caminos vecinales, playas, esteros, manglares.
No es posible que la autoridad se mantenga estática y no resuelva y tampoco es posible que la ciudadanía no atienda con responsabilidad el derecho de todos los ciudadanos de aprender a convivir protegiendo la salud, la seguridad alimentaria y la preservación de especies animales y vegetales.
Nuestra sordera tendrá serias consecuencias, nuestra omisión tendrá un costo muy alto y nuestra forma de vida se transformará de manera radical por nuestra irresponsabilidad e incapacidad para atender el llamado de la naturaleza y de nuestro medio de vida.
Según nos indican los científicos nuestro ritmo de destrucción nos acerca a un cataclismo. En 2050 no habrán rios sanos, solo quedará un 35 por ciento de todos los bosques del planeta, habrán desaparecido cientos de especies animales, se romperá el ciclo de vida de decenas de plantas provocando un daño irreversible al ser humano.
Nuestra capacidad consumista nos apunta con una pistola en la cabeza y solo falta tirar el gatillo, será un suicidio sin carta de despedida. No se trata de ser trágico, sino estrictamente responsable. Nuestra capacidad de asombro no será solo para ver perder especies de plantas animales y vegetales, sino para condenar de manera inmediata a las próximas generaciones a vivir en un planeta agónico.
Nuestra ciudad, nuestro país y el planeta merecen una mejor oportunidad, cientos de personas hacen su parte, solo falta que puedan contagiar a quienes nada les importa, a quienes depredan, ensucian, dañan y laceran a las especies y por ende a nosotros mismos.
Como en las llamadas a misa, es preciso no llegar a la ultima, no es preciso esperar a que todo esté en contra para intentar resolverlo, no es necesario que caminemos sin entender el daño ocasionado, la irresponsabilidad establecida y el absurdo egoísmo a establecer medidas y respuestas sin demora alguna en favor de nuestro medio ambiente.
Nuestra ciudad, nuestro nuestro país, nuestro planeta están en grave riesgo, no hay tiempo que perder, las nuevas lluvias nos recuerdan, una vez mas, nuestra fragilidad ante tempestades, citando una vez más mi abuela Isabel, “solo los tontos se sientan a espera el diluvio”.
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