“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido”


Mérida, Yuc. 27 de marzo el arzobispo Emérito, los Obispos Auxiliares y los sacerdotes y diáconos, acompañaron a arzobispo de Yucatán Gustavo Rodríguez Vega a la celebración de la Misa Crismal del miércoles Santo, para reiterar su profesión de fe y vocación sacerdotal de la grey católica yucateca.
Monseñor Rodríguez Vega señaló, «estamos participando en esta Eucaristía, que es única en el año y única en cada diócesis del mundo; Eucaristía que es parte de la fiesta del jueves santo, la cual celebra la institución de la Sagrada Eucaristía, mientras que ésta celebra la institución del sacerdocio ministerial. Esta Misa Crismal, podemos decir con toda verdad que es como una fuente que hoy inauguramos, y como una compuerta que se abre y mana desde este altar y que durante todo el año fluirá como un río de gracia que se extenderá sobre todo el territorio de Yucatán, y que alcanzará a cuantos vengan a participar de la vida de gracia de nuestra Iglesia».
Así es, porque el Crisma que aquí se consagra ungirá la frente de todos los bautizados y confirmados, lo mismo que las manos de nuestros próximos sacerdotes que serán ordenados; mientras que el óleo de los catecúmenos ungirá el pecho de los que van a ser bautizados, y el óleo de los enfermos ungirá y fortalecerá a nuestros hermanos enfermos trayéndoles la salud de su alma y, si Dios lo quiere, también la de su cuerpo. La corriente de gracia brotará igualmente desde las manos sacerdotales, de todos los presbíteros que hoy renuevan las promesas hechas el día de su ordenación.
Con esta Eucaristía se renuevan, no sólo nuestros amados sacerdotes, sino que prepara a toda nuestra Iglesia, que en esta Pascua lleva a cada uno de sus miembros a renovar sus promesas bautismales. Todos necesitamos la renovación, como se renueva la naturaleza en esta primavera, y para eso hemos vivido la Cuaresma que termina. Si todos tomamos en serio este renacimiento, nuestra Iglesia puede abrillantarse más y más para que así muestre el verdadero rostro de Cristo. Renovarnos nos animará a continuar con nuestra vida cristiana, y atraerá a muchos de los que se han alejado del Señor, de los cuales todos somos responsables.
La sinodalidad a la que el Espíritu Santo nos quiere conducir, no es sólo el acontecimiento de un sínodo al que nos convoca el Papa Francisco, sino la conversión de todos para hacer vida la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, donde los Obispos con el Papa retomaron la conciencia de que, como Iglesia, somos el Pueblo Santo de Dios, un pueblo donde no hay superioridad de unos sobre los otros, sino donde cada uno entiende que el que quiera ser el primero tiene que ser el último y el servidor de todos. Un pueblo en el que ser obispo, presbítero o diácono, no signifiqua ser superiores a los demás, sino humildes servidores de sus hermanos, a quienes aman como nuevos cristos, dispuestos a dar su vida por ellos.
Es la sinodalidad de un pueblo que camina en fraternidad hacia la santidad, nuestra vocación común; un pueblo en el que ser ministros ordenados no nos da ninguna ventaja sobre los demás, pues siguiendo el pensamiento de San Agustín, nuestra ordenación significa un riesgo para nuestra salvación, una gran exigencia para nuestra vida; mientras que nuestro bautismo, significa nuestra salvación, que compartimos por igual con cada laico y con cada religioso y religiosa.
La sinodalidad no se trata, pues, de una metodología conveniente para avanzar en un plan de pastoral, sino de un estilo de vida en el que todos nos respetamos y nos escuchamos para entendernos mejor, para valorarnos más, para amarnos en verdad como hermanos.
La sinodalidad no es de ninguna manera una forma democrática de gobierno. No se trata de una democracia, pero mucho menos se trata de formas despóticas inadmisibles en el trato entre hermanos. Se trata de convivir amándonos y de participar todos por derecho y deber de cada uno. La sinodalidad es de todos y para todos, pero nuestro ministerio sacerdotal es fundamental para la conducción sinodal del Pueblo de Dios, Pueblo Sacerdotal.
La sinodalidad es caminar como Iglesia ‘cum Petro et sub Petro’, es decir, ‘con Pedro y bajo Pedro’. Con esto hago un llamado urgente a todos nuestros católicos para que no se dejen conducir por youtubers y por otros predicadores, que se creen superiores al Papa, y que desorientan y atentan contra la unidad de nuestra Iglesia. Cada obispo, cada sacerdote y cada laico, somos infalibles en materia de fe y costumbres, si caminamos sinodalmente ‘cum Petro et sub Petro’, con Pedro y bajo Pedro que lleva el timón de esta nave de la Iglesia y quien ha recibido las llaves del Reino por parte de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Quiero agradecer a mis Obispos Auxiliares, Don Pedro y Don Mario, quienes ante mi situación de accidente me han ayudado más que nunca en la conducción de esta Iglesia que peregrina en Yucatán. Solo el Señor es indispensable, y nosotros, creaturas contingentes, podemos faltar en cualquier momento. Al igual que hace un año, ahora he vuelto a ser testigo de mi propia contingencia. Agradezco a todos y cada uno de ustedes, Pueblo de Dios, las oraciones que han elevado por mi pronta recuperación; y en particular agradezco a mis hermanos sacerdotes por animar esta oración de intercesión, y más aún por seguir cada uno en el cumplimiento de su ministerio, que hace presente el mío propio.
Recordemos todos, que la tarea evangelizadora debe ir más allá de las paredes de cada templo, fomentando ambientes de familias unidas, ambientes sociales llenos de paz y obras de amor y justicia hacia todos los necesitados. Pueblo sacerdotal, hagan de su vida entera, incluyendo su vida familiar, sus oficios, profesiones y vocación específica, un ejercicio pleno de su sacerdocio bautismal